Triángulo Dorado, la puerta al infierno narco

En lo que va de la actual administración, 130 elementos del Ejército han perdido la vida por agresiones con arma de fuego en la lucha contra el narcotráfico, 17 de ellos, en la región del Triángulo Dorado.

En esta zona, donde murieron cinco militares el pasado 30 de septiembre en una emboscada, Jesús es uno de los 5 mil elementos que la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) “siembra” en la Sierra Madre Occidental, en los límites entre Sinaloa, Durango y Chihuahua, para trabajar en la destrucción de enervantes. El soldado cuenta que las acciones que se realizan en los operativos coinciden con los tiempos de cosecha de marihuana o amapola; de enero a principios de marzo, de finales de marzo a junio y de octubre a diciembre.

“Desde que llegamos a la sierra ellos nos van siguiendo. Tienen halcones en cada cerro y se van avisando hacia dónde nos dirigimos o qué hacemos para abandonar los cultivos y que no los detengamos. También instalan antenas repetidoras de banda corta que funcionan con celdas solares para comunicarse y aunque no los vemos, ellos sí nos observan”, dice Jesús al abordar el helicóptero artillado MI-17 de la Fuerza Aérea Mexicana, en el que es acompañado por EL UNIVERSAL para conocer su trabajo.

Jesús reza mucho cuando está en las montañas de la Sierra Madre Occidental, sobre todo en Sinaloa, la cuna de los capos, donde en los últimos dos años han sido asesinados a balazos 12 elementos del Ejército en municipios controlados por Ismael El Mayo Zambada y los hijos de El Chapo.

Esta es la entidad de mayor peligro en el Triángulo Dorado, territorio con la mayor producción de amapola y una de las más grandes de marihuana, además de ser ruta terrestre y aérea para el trasiego de droga hacia Estados Unidos.

“¿Te vas a ir papá?”

Por la noche, en el campamento al aire libre, Jesús pide por sus hijos de 15, 10 y seis años de edad para que no queden huérfanos, a quienes educa y les enseña valores para que sean buenas personas, y también por los soldados que lo acompañan para que ninguno sea herido en algún enfrentamiento.

“Cada vez que mis hijos me preguntan: ¿Te vas a ir, papá? Yo les contestó: No mucho, es un mes o mes y medio. Aunque no lo dice, Jesús acepta el peligro y sabe que cuando sale a trabajar tal vez no los vuelva a ver.

De los 130 elementos del Ejército, 17 han perdido la vida en agresiones con arma de fuego en la lucha contra el narcotráfico en lo que va de este sexenio en la región del Triángulo Dorado, cinco soldados fueron asesinados en Durango y 12 en Sinaloa, además, otros cinco fallecieron en Culiacán, en la emboscada del 30 de septiembre, seis en Mocorito, cuatro en el ataque del 30 de enero de 2016, y uno en Guamúchil el 28 de mayo de 2014.

“Estudien, cuídense, se quedan con su jefa, su mamá, aquí me esperan y a ver qué festejamos cuando llegue, nos vamos a convivir (-) a ver a dónde vamos a pasear”, promete Jesús cuando se despide de sus hijos para borrar las caras tristes.

Los ocho soldados que viajan en la parte trasera de una pick up, observan el interior de cada auto. Dos están de frente, el mismo número hacia atrás y dos a cada costado del vehículo. Todos llevan lentes oscuros y van con el dedo índice junto al gatillo del arma larga.

“Buenos días, papi, esperamos que te la pases bien y le eches ganas...”, es el mensaje de voz de una niña en el celular de otro soldado.

La Novena Región Militar lleva a cabo la Operación Integral Sinaloa-Durango, tres veces al año durante tres meses, tiempo en que los uniformados se dedican a dar asistencia social en las comunidades más marginadas donde existe el narcotráfico y en donde realizan la búsqueda por tierra y aire de cultivos de droga para proceder a su destrucción.

En los operativos militares también han descubierto cada vez más narcolaboratorios de drogas sintéticas, principalmente en Culiacán. De 2014 a la fecha, fueron asegurados 182 laboratorios y 49 depósitos de sustancias químicas.

En la mayoría de estas rancherías no hay drenaje, agua potable, pavimentación, internet, clínicas, gasolineras ni transporte público y casi no hay adolescentes ni jóvenes. Son lugares a los que sólo se puede llegar en camionetas 4X4 que circulan durante horas por caminos de terracería.

El personal militar ofrece sin costo consultas médicas, odontológicas, cortes de cabello, arreglo de aparatos electrónicos y electrodomésticos, registro de armas, mantenimiento, albañilería, plomería, carpintería, herrería y electricidad. Algunos estudiantes de secundaria se acercan para preguntar por las escuelas castrenses.

Los soldados no se alejan más de 20 metros de sus compañeros, ninguno tiene autorizado salir del lugar ni en grupo para evitar ser ‘levantados’ o atacados.

La Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) traslada en helicóptero a los elementos a las zonas más altas e inaccesibles. En cada lado del helicóptero MI-17 un militar apunta a las copas de los árboles con una ametralladora calibre 7.62.

Las cuadrillas de helicópteros fumigan a diario entre 30 y 50 plantíos. Otro helicóptero hace ‘sombrilla’ al primero para disparar en caso de un ataque.

Cada año hay nuevos cultivos de amapola, marihuana y laboratorios de drogas sintéticas; los soldados son insuficientes, desde el aire se observan los plantíos como pecas en la montaña.

“A veces los campesinos nos dejan dinero o recados junto a los plantíos para que nos comuniquemos, quieren negociar, pero no aceptamos; una vez uno de ellos dijo: ‘aunque sea déjeme una línea de amapola, están muy caros los pañales de mi’jo’”, recuerda un oficial.

El Ejército ha asegurado en Sinaloa 8 millones 780 mil 439 pesos, de 2014 a la fecha, en operativos contra la delincuencia organizada.

Las tropas recorren las montañas donde no hay veredas, caminan cargando 20 kilos de equipo entre mochila con utensilios personales, plato, cubiertos y cantimplora, tienda de campaña, tapete para dormir, lona, chaleco blindado, casco, fusil de asalto, pistola, machete, cartuchos, lámpara y radio portátil.

Sudan todo el tiempo, la temperatura en esta temporada es de 33 grados centígrados.

“Imagínese, tres meses aquí, empezar a las 5:00 de la madrugada, recorrer a pie entre 5 y 10 kilómetros diarios, avanzar agachados para arrancar las plantas con las manos para que no vuelvan a salir, aunque quedan grasientas, pero tiene su lado bueno, uno que es de familia humilde no podría conocer el mar o subir a un avión sino fuera por el Ejército”, reconoce el cabo de infantería.

A veces hallan caminos por donde sólo pueden transitar cuatrimotos o mulas, pero quienes siembran lo hacen cada vez en lugares intransitables, como en laderas a donde descienden amarrados con una cuerda a un árbol o piedra.

Las aeronaves sobrevuelan a ras del piso para fumigar, pero la gente cuelga alambres de púas de hasta 300 metros de largo a unos 30 metros del piso, de un cerro a otro, para impedirlo.

“Nos han arrojado pedradas y balazos, a veces muestran letreros pidiendo que los dejemos ‘trabajar’, o familias enteras se toman de la mano con niños como escudo para evitar la fumigación”, narra el oficial.

“Aquí, en la sierra, todos tienen trabajo, los niños y las mujeres son los mejores rayadores de amapola”, explica.

El campesino vende al narco el kilo de goma de opio en aproximadamente 15 mil pesos. Con un kilo que venda tiene para sus gastos de todo el año.

“En la sierra se ve lo que uno ni se imagina”, asegura Jesús. Hay ranchos perdidos y residencias con acabados de lujo. Nadie se explica cómo llevaron material hasta ese sitio, relata.

Para reforzar el operativo, la Sedena tiene un Puesto de Seguridad Militar Estratégico móvil en la súper carretera Durango-Mazatlán. Con un detector de rayos gama escanea los vehículos para observar el interior y asegurar cualquier producto ilícito que haya logrado evadir los operativos en la montaña.

Por la noche, Jesús y sus compañeros duermen en campo abierto, con el uniforme puesto, abrazando el fusil, no se quitan ni las botas y cada dos horas se turnan la vigilancia del campamento. Desayunan, comen y cenan en los cerros bajo alguna sombra.


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